Federico Andahazi es escritor, novelista y licenciado en Psicología. Hace 25 años terminó su primera novela que todavía continúa inédita. En 1996 comenzaron los premios literarios por sus cuentos y su novela El anatomista. Precisamente, esta última distinción por la historia de Mateo Colón, un anatomista del Renacimiento, le trajo todavía mayor notoriedad por la disconformidad que evidenció la mentora del concurso Amalia Fortabat.
¿Qué aspectos de su faceta de psicoanalista utiliza en su carrera de escritor?
Suele pensarse que ser psicoanalista es una ventaja a la hora de escribir, y yo siempre digo que esto no solamente no es así, sino que todo lo contrario: muchas veces es más un obstáculo que una ventaja. El psicoanálisis cuenta con un léxico y un lenguaje propio. Y muchas veces extrapolar un lenguaje tan científico, en un punto, como es el psicoanalítico a la literatura, crea algún ripio, algún ruido. Es una relación que por momentos puede ser, sin que lo perciba, muy rica. Pero que en otros puede ser problemática. Me pasa que, quizás, estoy describiendo el perfil de un personaje y descubro que en realidad estoy escribiendo una historia clínica. Ese es el instante en que detengo la escritura y vuelvo a comenzar
¿Cómo fue dejar la carrera que había estudiado por una en la que debía probar suerte y no tenía experiencia?
Lo que sucedió durante mucho tiempo fue que la literatura, de alguna manera, me cautivó y me dejó sin tiempo para ejercer el psicoanálisis. Porque cuando se publicó El anatomista, hacia fines de 1996, me pasaba más tiempo arriba de un avión que en Buenos Aires. De manera que se me hacía materialmente muy difícil estar en el consultorio. Así que por una parte fue un hecho consumado y, por otro lado, una decisión tomada casi a la fuerza.
Igualmente, ahora que ya pasaron muchos años de aquel momento y que he decidido tener una vida más reposada, he vuelto a tener pacientes de una manera muy particular. Lo hago a través de algo que he concebido como Psicódromo. Siempre digo que el psicoanálisis heredó el consultorio de la medicina, pero el consultorio es un lugar fijo que nada tiene que ver con el sitio donde se desarrollan los conflictos de las personas. Entonces, como los antiguos filósofos griegos que concibieron desde Aristóteles en adelante el movimiento de los filósofos que caminaban, de igual forma estoy ahora atendiendo pacientes en forma de caminata. Es fantástico, realmente descubro que la dinámica de consultorio forzosamente restringe la situación a un ámbito muy pequeño y que durante la caminata surgen cosas que tienen que ver con la realidad de manera mucho más tangible. Porque, además, el ser humano todavía conserva aquellos genes de cuando éramos nómades y quedarnos quietos, considero claramente que nos enfermó.
Cuando nos detuvimos empezaron los problemas de obesidad, los problemas cardiovasculares y se comenzó a ser cada vez más neurótico. De modo que en estas largas caminatas con mis pacientes, no solamente puedo ver mejor la naturaleza de los conflictos, sino también la manera de resolverlos.
Así que ahora tengo dos oficios: uno es el de escritor, en el que sí necesariamente debo estar en mi estudio frente a la pantalla escribiendo, y mi actividad de psicoanalista, caminando con mis pacientes y resolviendo los conflictos. Porque también esto es romper un poco esa idea de la dualidad entre mente y cuerpo como si fueran entidades diferentes.
Parte de la prensa lo caratuló como un “escritor maldito”. ¿Qué le parece? ¿Usted se definiría de esa forma?
Eso es algo que no está en la voluntad de cada uno y me parece que estos rótulos, de alguna manera, nunca los eligen los escritores. Ni siquiera diría los lectores, porque cada lector realiza una lectura diferente de un libro. Esto efectivamente queda como una marca de la crítica y la crítica no siempre coincide con el punto de vista del lector.
El lector no es obediente, no hace caso de lo que dicen los críticos, tiene un vínculo con el libro y con el escritor único y muy particular, y quien, en última instancia, decide qué es cada escritor es el lector.
La verdad que con muchos de los escritores considerados “malditos” tengo una relación sumamente amistosa, mientras que muchos otros que llevan el rotulo casi blanco de la crítica encuentro que son escritores, en muchos casos, muy oscuros y potentes. A partir del conflicto que se generó cuando gané el premio (de la Fundación Amalia Lacroze de) Fortabat – cuando la mentora de la fundación se escandalizó con el texto y sacó una solicitada diciendo que «El anatomista no contribuye a exaltar los más altos valores del espíritu humano» – sumado a que escribí la historia de la sexualidad de los argentinos, entiendo que es muy fácil y muy cómodo e incluso muy marketinero ponerle a uno el rotulo de “maldito”. Pero no siempre se ajusta eso al criterio de los lectores.
¿Qué liderazgo intenta desarrollar en sus oficios?
Esta misma reflexión me la hice hace algunos años cuando me tocó viajar a un congreso en Paris organizado por la UNESCO que se llamó Encuentro de Jóvenes Líderes. Esto pasó hace mucho tiempo cuando era joven, allá por 1998. Entonces, surgió un poco este debate sobre qué significa ser líder. Y volvemos a lo que te decía antes, me parece que a veces uno no es consciente del lugar que está ocupando. El trabajo de escritor es un trabajo intramuros, donde uno está encerrado con su biblioteca, con sus textos y sus libros. Y de golpe enterarte que te leyeron algunos millones de personas es muy vertiginoso.
Cada tanto, cuando me entero de los lectores que tengo acá o en otros países, no puedo menos que sentir un escalofrío, porque creo que uno de los oficios que más predicamento ejerce en la gente es el de la literatura.
Me acuerdo de una vieja encuesta que se hizo, según la cual el oficio en el que más creía la gente era el de los escritores. Entonces, uno a veces se olvida de que, efectivamente, está ejerciendo un liderazgo muy silencioso, muy particular y muy de persona a persona porque no se trata de líderes de masas. La literatura te muestra sin que lo notes que tenés una cantidad enorme de seguidores que son completamente silenciosos. Y recién percibís esto en circunstancias muy particulares que son las Ferias del Libro o en los viajes que realizo donde me emociona mucho encontrarme con lectores de Moscú, de Finlandia, de Turquía o de Croacia.